Callejones y Calles Secundarias

Estrechos que se encuentran entre residencias o construcciones varias, dan salidas a cada esquina, al igual que ayudan a la hora de acortar caminos y tomar atajos. Aunque también hay que tener cuidado, puede ser un infinito laberinto si no se conoce bien por donde se camina.

Corrí a través de cada espacio que se me permitiese, no me importó chocar con nadie ni tampoco pedir disculpas por ello, traía fuertemente agarrada de la mano a Azusa y tampoco la soltaba. ¿Qué había sido ese encuentro? Quería mantener su mente en blanco pero sinceramente no podía, le angustiaba, no quería creer y se forzaba a ello. Estaba demasiado confundida como para poder pensar bien las cosas, así que prefirió detenerse un minuto volteando en un callejón y escondiéndose detrás de unas viejas construcciones. Respiraba algo entrecortado y jadeaba bastante.

—Por favor... Azusa, n-no hagas preguntas...

Había chocado con muchas personas y mi cabeza ya me dolía un tanto, nunca había visto a mi mamá de esa forma, nunca frente a mí había logrado perder la cordura. Seguía sin comprender y eso me angustiaba demasiado, temía que algo malo sucediese y la incertidumbre me mataba. De pronto nos detuvimos, curvamos para llegar detrás de unas viejas casas. Parecía como si nos escondiésemos de algo.

¿Cómo quieres que no pregunte...? Estoy asustada...

La respiración parecía haber sido súbitamente cortada en el trazo de mi garganta cuando la silueta de aquel hombre apareció repentinamente frente a mí. Esa rapidez... en verdad era indiscutible, pero no quería creer en algo que me dañaría más, quería mantenerme en esa idea negativa sin dar mi brazo a torcer, sin embargo, no podía... estaba toda esa circunstancia más que confusa frente a mí y, peor, frente a los ojos de mi hija.

—M-mentira...

La voz parecía ser un fino hilo que a penas lograba escapar de mi boca, pudo haber sonado como un susurro. Una angustia se apoderó de mí y tomé los hombros de Azusa para hacerla retroceder a la par que yo lo hacía.

—¿Por qué...?

Escuchaba cada una de sus palabras sin omitir nada en lo absoluto, estaba perpleja y eso no me permitía elaborar ideas ni mucho menos hablar, me mantenía enmudecida en un estado que no recordaba haber experimentado nunca. De pronto se esfumó para luego aparecer detrás de mí, susurrándome al oído. Mordí mi labio inferior con debilidad y mis ojos comenzaron de a poco a llenarse de lágrimas. No quería hacerle caso, me quedé un buen rato aguantando y de vez en cuando mis ojos se guiaban hacia Azusa. La dejé detrás de mi y me volteé lentamente hasta reposar mis ojos en los de Cervaz, al primer pestañeo las lágrimas que guardaban en mis ojos recorrieron incesantemente mi mejillas.

...No pude hablar.

El hombre no dejaba de observar a mi madre, de igual forma parecía preocupado; ni siquiera se veía alguien peligroso o algo así, no entendía por qué huíamos de él, era algo sin sentido. ¿Qué hacer? Estaba solamente observando como todo se movia y reaccionaba, sin tener una idea, ni la más mínima. Cuando el sujeto desapareció y apareció detrás de ella abrí mis ojos más de lo normal... era sorprendente.

¿Mamá? ¿Qué pasa? No entiendo... ¿P-por qué lloras?

Le creía, pero no podía aceptarlo. No respondí a Azusa, continuaba observándolo. De pronto su mano se elevó hasta alcanzar mis lágrimas y retirar de mi rostro pequeñas gotas.

—Si lo eres...

Mi llanto no iba a cesar de un momento a otro, hipeaba, pero muy poco. Llevé una de mis manos a mi rostro y sequé unas cuantas lágrimas que continuaban siendo reemplazadas por unas nuevas una y otra vez.

—Y-yo... igual te extrañé...

Entonces prestó atención a Azusa, me exalté un poco e intenté tomar un tanto de aire antes de hablar, detestaba hablar entrecortado.

—Pues... es tu hija.

Todo pasó demasiado rápido, el corazón parecía haberse detenido cuando escuché a mi madre decir que era hija de aquel hombre, ¿Podía ser eso cierto? Era ese el parecido que encontraba con él, el mismo sujeto de aquella fotografía... De pronto se puso en cunclillas frente a mí y me sonrojé un tanto, sorprendida. Mis manos temblaron y no pude hacer más que retroceder hasta esconderme detrás de mi mamá.

Uhm... m-me... me llamo Azusa.

—¿C-como fue que pasó...? ¿Acaso olvidaste también como se hacían los hijos?

Reí un poco, aun secando mis lágrimas, de la misma forma que me causó gracia ver como huía Azusa de él. Suspiré un poco y bajé mis manos hasta la cabeza de ella, acariciando sus cabellos.

—Tranquila...

Sonreí ante su comentario, tomando de los hombros a Azusa y retirándola de su escondite.

—Y no sólo eso... ella tiene un hermano, uno de su misma edad.

—Sí, eso mismo pensé aquel día en que nacieron. El debe encontrarse ahora en el campo de entrenamiento de su equipo, no sé si convenga sacarlo de ahí, pronto será su exámen...

Respondí sin mirar a Cervaz, manteniendo todo el tiempo mis ojos en Azusa mientras continuaba acariciando sus cabellos, sería una buena forma de calmarla y hacerle asimilar la situación.

—Y sí, ambos tienen doce años.

No lo había notado pero de pronto mis ojos se llenaron de lágrimas. Tenía a mi supuestamente difunto padre frente a mí, algo que nunca pensé que ocurriría, no sabía controlar ese tipo de emociones así que estallé mientras ambos conversaban.

Se... se llama Lanz.

Llevé rapidamente mis manos hacia mi rostro con el fin de retirar cada rastro húmedo.

Sí, lo sé... eso nos habían dicho antes de salir del salón, pero... no le había reconocido, perdón.

Respondí cabizbaja callando por fin mi llanto y levantando de a poco mi mirada hacia mi madre.

Papá...

Susurré un tanto nerviosa, primera vez que esa palabra cruzaba tan directamente de mis labios, incluso dudaba de decirla bien aunque fuese tan sencilla. En un impulso comencé a avanzar hasta quedar frente a él y finalmente abrazarlo.

—Yep, mejor váyanse, hay que cumplir con el protocolo después de todo.

Respondí para luego suspirar profundamente, sintiendome ya muchísimo más calmada.

—Yo igual debo irme.